Mi padre trabajo en La Quebrada, Tlalnepantla, en una clinica del IMSS, tenía turno vespertino de 2 a 10 pm. Solía tomar un camión que lo dejaba en lo que hoy conocemos como Av. Eduardo Molina y Circuito Interior, el se apeaba ahí para llegar caminando hasta la casa, por ese entonces circuito interior no era lo que conocemos hoy en día, a mediados de los años 70's, la hoy avenida, contaba con un "camellón" por donde había respiraderos en donde se acumulaban montones de basura, mi padre caminaba sobre ese paso diariamente, pero en una de esas ocasiones sucedió lo inesperado.
Esa vez al igual que las otras venía caminando y dice que como a 5 manzanas de llegar a casa, algo hizo que su piel se erizara, pensó que tal vez era el frescor de la noche, miro su reloj y era cerca de la media noche, por lo cual apresuro el paso cuando a sus espaldas escucho un gruñido, algo sobresaltado se volvió para ver si no había visto algún perro escondido entre la basura acumulada al pie de ese respiradero, y con lo que se encontró fue exactamente con un perro.
Un perro grande de pelaje negro, erizado, que le gruñía mostrando los dientes, cuenta que por un momento su mente quedó en blanco, sobre todo cuando los ojos de ese animal eran rojos, rojos como las brasas del fuego, lo veían con odio, con rencor. Cuando mi padre logró reaccionar empezó a caminar hacia atrás un paso a la vez, preparandose para correr
cortesía Imagenes Google |
Mi padre se contuvo para no correr o gritar, intentó mantenerse lo más tranquilo posible para evitar un posible ataque de ese animal, pero lo que llamó su atención fue que sus pasos sobre la hierba no se escuchaban, iba tras el, como a 3 metros, y cada que mi padre lo miraba de reojo, podía ver sus colmillos asomándose, mientras le gruñía.
Por fin llegó hasta la calle donde daba vuelta para llegar a casa y cuando se volvió para ver si el perro lo seguía, cuenta que el animal se quedo muy quieto, mirandolo fijamente con esos ojos rojos que irradiaban odio, por un momento pensó en correr, pero algo en su interior le decía que no tuviera miedo y empezó a rezar.
Sin más, el perro lo dejo ahí en la esquina de la calle y no lo siguió más, mi padre se volvió una vez más y el perro seguía ahí, quieto, mirándolo. Para cuando llegó a la puerta de la casa, el perro había desaparecido.
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