lunes, 3 de abril de 2017

Fuego Fatuo

De las cosas mas increíbles que se han visto en el patio de la casa son esas pequeñas llamaradas que aparecían y desaparecían de repente.

De los relatos que más recuerdo fueron el que mi abuela Esperanza Villanueva y mi padre Jesús Martínez contaban.
A mediados de la década de los 70's mi padre trabajaba por las tardes en una clínica del IMSS allá por la Quebrada en Tlanepantla por lo que su regreso a casa era cerca de las 23hrs., mi abuela lo esperaba junto a mi madre Herlinda Sánchez, para darle de cenar y poder cerrar la cocina; cuentan que en una de esas ocasiones después de cenar, mi abuela, padre y madre salieron al patio oscuro y de pronto junto al zaguán vieron una llama, pequeña como si alguien estuviera fumando, una llamita roja que estaba al pie de la entrada, y poco a poco fue elevándose, recorrió de ida y vuelta el contorno de la puerta y de pronto se apagó. Dicen que cuando se acercaron hasta la puerta esa llamita había desaparecido. En varias ocasiones se presentó este fenómeno.


La siguiente vez que vieron una llamarada fue en el patio trasero, que en ese entonces era solo tierra y unas pequeñas parcelitas que mi abuelita había cultivado al fondo. Y fue justo en donde se encontraba la pequeña barda de piedras que delimitaban la parcelita que mi abuelita vió en su recorrido nocturno la flama que se encendió, así de pronto, para ella esa era la manifestación del mismísimo demonio, nos dijo que el diablo andaba en el patio y que era porque alguien lo había invocado, esto se presento un par de veces más.
Luego de ello trajo a un cura para que bendijera la casa y a una curandera para que le diera una limpia a toda la casa.
Nunca supe si dejo de ver esos fuegos o que fue lo que los hizo aparecer, dicen por ahí los viejos, que son el alma de las personas que enterraron dinero y que se niegan a abandonarlos y que es por ello que se encienden de ira sus almas logrando con ello ahuyentar a los codiciosos. Muchos decían que en nuestro patio había un tesoro que dejaron aquellas mujeres que vivieron antes que mis abuelos, pero nunca encontraron nada, cuando se escarbó para meter los cimientos de lo que hoy es el departamento donde vivió mi Tía Guadalupe Martínez, nunca se encontró mas que roca.



jueves, 23 de marzo de 2017

La casa- las otras sombras

Muy diferente a las sombras que vagan como un suspiro por toda la casa, hay 2 en particular que se presentan muy definidas.

Cuando mi Tía Guadalupe Martínez (q.e.p.d.) era soltera, dormía con mi hermana Pilar, que en ese entonces era un bebé, en una de las recámaras y en varias ocasiones por la mañana, le contaba muy asustada a mi abuela que por la noche un hombre muy alto, se paraba junto a su cama, lo veía todo de negro sin distinguir facciones en su rostro, mucho menos detalles de su ropa, y lo único que hacía era abrazar a mi hermana y rezar.
La siguiente vez que ese hombre se apareció en la casa, fue cuando falleció mi Abuelo Jesús Martinez C., el murió en casa, pero durante su agonía le gritaba a mi abuelita Esperanza, que le dijera a ese hombre que estaba parado en su cabecera que fuera, y que le quitara al perro que se le había subido; sí, veía a un hombre todo negro junto a un perro en su lecho de muerte.
La última vez que vieron a ese hombre, fue una de mis sobrinas, Abigail Curiel M., quién durante los funerales de mi tía Guadalupe Martínez vio a un hombre en las penumbras del patio que se dirigía de la mitad del patio delantero hacía el zaguán, dice que se quedo parado como mirando hacía donde se estaba rezando el rosario por la muerte de mí tía y luego se dirigió hacía la salida, pensaron que era alguien de los que llegaron a rezar, pero de la nada, desapareció la silueta. Nadie más lo ha vuelto a ver.
Imagen desde Goggle.


La otra era una mujer, que al igual que el hombre, era completamente de color negro, sin facciones de rostro definidas, ella se le presentó tanto a mi abuelo Jesús Martínez C., como a mi tío político, Carlos Hernández, quién por cierto era esposo de mi tía Guadalupe M., ambos la vieron mientras dormían una siesta bajo la sombra de la higuera. Ellos recuerdo, contaron casi lo mismo, que medio adormilados vieron la silueta acercarse a su lado y pensaron que se trataba de sus mujeres.
Mi abuelo contó que al abrir los ojos pudo ver a una mujer joven, de cabello negro, largo con un vestido que la cubría hasta los tobillos toda de negro, pero apenas y la vislumbró, ella desapareció ante sus ojos.

Mi tío por su parte también dijo que vio la silueta a su lado derecho, y que le preguntó:
- Qué pasó María?
Era como el nombraba a mi tía; al no recibir respuesta abrió bien los ojos y ya no había nadie.

Mucha gente dijo que era una bruja, ya que según la creencia de algunos las higueras atraen a las brujas y a los duendes. Y fue justamente ahí en la higuera donde vieron a esta mujer.

Imagen desde Goggle.



martes, 21 de marzo de 2017

La casa- Sonidos

Dicen que las construcciones antiguas guardan muchos secretos, que las energías de los que ahí habitaron muchas veces se queda atrapada y continuan repitiéndose una y otra vez, como cuando las paredes crujen o se oyen ciertos sonidos que no son producidos por alguien.

Lo que nunca nos hemos explicado es el origen de ellos.

La cocina de mi abuela era una de esas cocinas de antaño, una de su paredes era de ladrillo, otras 2 de adobe y la cuarta de madera, con una estufa enorme de 6 quemadores, un comal grande en medio y un horno panorámico increíble, así como un asador de papas o pan en la parte baja, recuerdo que era color café y para hacerla aun más espectacular la habían empotrado en 4 pilotes de madera, había un gran refrigerador color blanco donde cabía perfectamente, y sobraba espacio, un pavo de doble pechuga, había una pequeña estufa de petróleo, por si el gas se terminaba, una alacena de fierro donde se guardaba toda la despensa, un gran mueble como vitrina donde se acomodaban toda la loza, cubiertos, cazuelas de uso diario, y bandejas de plástico, también había una gran mesa de madera con un tablón largo a modo de banco, y 8 sillas de madera, era donde regularmente comíamos. Recuerdo que todos los trastos que salían de la cena, mis tías los lavaban en unos lavaderos que se encontraban en el patio frente a la cocina y los dejaban escurrir en una gran tina de aluminio para guardarlos a la mañana siguiente. Muy al estilo revolucionario mi abuela cerraba con llave esa cocina, todas las noches después de haber cenado, por lo que no había antojo nocturno que pudiéramos saciar. Y cuando todo se encontraba en completo silencio, se oían movimientos dentro de la cocina, los cajones de los cubiertos abriéndose y el sonido de estos chocando entre si; las puertas de la alacena de la despensa al cerrarse, los trastos moviéndose y chocando contra la pared metálica de esa tina de aluminio, el horno de la estufa cerrándose de golpe, la sillas rechinando. Mi abuela solo rezaba y pedía que se fueran esas almas en pena que provocaban dichos sonidos. Todo esto desapareció cuando mis abuelos murieron y se hizo la repartición de la propiedad entre los hijos, se deshicieron de esa cocina y hoy son habitaciones.
Poco después que la casa fue adquirida, contaba la abuela Esperanza que se oía el sonido de una canica, sí, esas bolitas de vidrio con que juegan los niños. Durante toda mi infancia y parte de mi adolescencia, el sonido de ese pequeño juguete me acompaño; era un sonido tan nítido que no dejaba lugar a dudas, lo oíamos a cualquier hora del día o de la noche, rebotaba y corría, volvía a botar y volvía a correr, una y otra vez, incesantemente.
Otro sonido era el movimiento de muebles pesados, se oía como arrastraban los muebles de madera que al friccionar sus patas contra el piso producían un sonido muy especial. Todo esto podía deberse a que los vecinos de al lado estuvieran haciendo este tipo de movimientos con sus muebles, pero grande fue la sorpresa cuando en una ocasión, le reclamaron a mi abuelo Jesús Martínez C., el hecho de que no dejara dormir por el ruido que causaba que estuviéramos jugando, mis hermanas y yo, a altas horas de la noche y que además estuvieran moviendo muebles. 
Sí, eso fue lo que el vecino de al lado, le reclamo a mi Abuelo; quien con sorpresa le contestó que nosotros también oíamos esos sonido y pensábamos que se trataba de ellos. Nos acostumbramos a vivir con esos sonidos.

De los ruidos más constantes en la casa, son los pasos, se oye en la noche pasos de personas que vienen desde el fondo de la casa hacía el zaguán y se regresan, lo intrigante de estos pasos es que se oye como si vinieran pisando sobre gravilla o tierra suelta, es un sonido muy tenue, apenas perceptible, debes hasta contener la respiración para oírlos.

Mi padre y mis tías hablan de otro sonido que solo ellos escucharon cuando jovenes, y fue el llanto desesperado de un bebé. Cuentan que se oyó justo donde se encuentra el tercer registro del desagüe de la casa, una noche mientras cenaban lo escucharon, salieron al patio y terminaron por asomarse a la calle para verificar de donde venía el llanto. La calle sola y el patio igual.

Son varios los sonidos y los ruidos que se oyen en la casa, o fuera de ella pero esos los incluiré en otro capitulo.


Video tomado de Youtube.

lunes, 20 de marzo de 2017

La casa

Contaba la abuela que después de haber rentado en cuartos y vecindades del México antiguo, vinieron a parar junto a lo que hoy se conoce como el Canal del desagüe, nos platicaba que en donde hoy se asienta la Col. Simón Bolivar, eran sembradíos de alfalfa y el Gran Canal dividía la parte habitada de los sembradíos.
Y fue aquí, en las riveras de ese canal que mi abuelo Jesús Martínez, compró una casa. Esta propiedad cuenta la gente que era lo que llamaban "piqueras" donde vivían una viuda con 2 hijas quienes se dedicaban a la prostitución con los hombres que llegaban en el tren que corría paralelo al canal o visitantes de paso. Se contaba que muy seguido había trifulcas y escándalos cuando el alcohol y los ánimos se cruzaban, decían que habían matado un hombre y para evitar la cárcel lo habían enterrado en el fondo de la propiedad que en ese entonces era solo tierra.

Y con esa leyenda crecimos mis hermanas y yo, era tanto nuestro miedo que en cuanto la noche empezaba a caer ya no salíamos al patio y mucho menos nos acercabamos a unos cuartitos de adobe  que se encontraban en el fondo de la propiedad y que eran aledaños al patio de tierra.

Decía mi abuela que para cuando mi Abuelo compró la casa y tomaron posesión de esta, encontraron en la higuera, que se encuentra a mitad del patio, cabezas de gallos y gallinas colgados cual esferas en las ramas de esta, muchos dijeron que la anterior dueña se dedicaba a la brujería esas cabezas eran parte de los rituales que hacía. Sin tomar mucho en cuenta esos chismes mi abuela, padre y tías se dedicaron a limpiar y sanear la casa para dejarla habitable.

Y desde ese momento, la casa se lleno de sombras, que van y vienen, que entran o salen, que caminan y pasan raudas  por todo el patio, todos lo que hemos vivido en esta casa las hemos visto no una, ni dos, sino en incontables ocasiones, por las ventanas que dan al patio, desde cualquier habitación, pasan algunas veces lentas, tanto que alcanzamos a definirlas, otras, tan rápido que apenas y percibes el movimiento de su andar. Se asoman, se esconden, corren, se esfuman, son "bultos" como solía llamarles mi abuela, algunas veces de color blanco, otras de color negro.
Mi padre en una ocasión desde la cocina donde estaba comiendo vio por la ventana la silueta de una mujer vestida toda de blanco pasar, dice que venía del zaguán hacía la parte de atrás de la casa, apenas y la vio pasar por la puerta, pero la alcanzo a ver completa a través de la ventana.
Mi abuela todas las noches, regaba un "bálsamo" que ella preparaba a base de agua bendita, loción 7 machos, éter y amoniaco, siempre después de darle de comer a los perros recorría toda la casa regando ese bálsamo y rezando, decía que con eso se aplacaban aquellos entes.
Y estas mismas sombras se encondieron en una de las habitaciones, para ser exactos donde es mi dormitorio, el día que vino de visita un amigo Antonio H., quien se dedica a la lectura de cartas y limpias, y pláticando con mi padre le hizo la observación, de que en cuanto entró todas las sombras que había en la casa se habían concentrado en mi dormitorio y temerosas se asomaban para verlo.
Si he de ser honesta, en verdad se ven siluetas y "bultos" negros en mi habitación, los veo de reojo cuando cae la noche y leo, o estoy escribiendo o haciendo cualquier otra cosa, la tenue luz de mi lampara apenas e ilumina un espacio de la habitación y en las zonas en penumbras, se ven los movimientos, unas veces a la altura del techo, otras arrastrándose por le piso, las menos, a una altura media.
En la casa no solo se ven cosas. Se oyen...


viernes, 17 de marzo de 2017

Las Visitas

Mi abuela desde siempre fue creyente de lo sobrenatural, ella daba una explicación muy convincente de todo lo que para los demás, no la tenía.

Una de esos extraños "dones" era la visualización de personas que estaban por o acababan de fallecer. Sí, suena algo loco, pero ella contaba con la extraña habilidad de ver las almas de esas gentes que ya se encontraban en sus ultimos momentos en este mundo o que acababan de dejarlo, tal como aconteció cuando su suegra Herminia Castillo, mi bisabuela, se encontraba postrada en Tampico, donde a causa de una dolencia ya no se levantaba de la cama. Ella cuenta que estando en su lecho mi abuelo Jesús Martínez, hijo de Doña Herminia, la vío parada junto a su cama mientras ambos dormían, y que su suegra le dijo que venía a despedirse porque ya se iba. El susto que aquella visión le provoco a mi abuela fue tal, que despertó a mi abuelo y le contó lo sucedido, mi abuelo era alguien que a pesar de que no creía en esas falacias tampoco las tiraba al olvido, y a la mañana siguiente envió un telegrama urgente a su natal Tampico.

Grande fue su sorpresa cuando le informaron que efectivamente, su mamá se encontraba agonizando.

Sin más tomó un vuelo del Distrito Federal a Tampico, como era de esperarse y dado que el trabajaba ya en ese tiempo como chofer de ambulancia en el  IMSS, se empecino en traerla a la ciudad para que la atendieran en los mejores hospitales. No tardó en hacer el traslado, pero poco fue lo que pudieron hacer por ella, en cuestión de días mi Bisabuela Herminia Castillo, murió.

Otra de las veces que se le presentaron este tipo de visiones a mi abuela Esperanza, fue cuando falleció su consuegro, el padre de mi madrastra Magdalena G., mi abuela le contó a mi padre, Jesús Martínez quién ya se encontraba separado de su segunda esposa, que su suegro, la había venido a visitar esa noche, mi padre algo sorprendido por ello, la cuestionó sobre esa visita, pero mi abuela le contestó que solo se había pasado a despedir de ella, pero que lo había notado algo pálido y triste, como si estuviera enfermo. Mi padre la tachó de loca e hizo caso omiso al comentario, pero al día siguiente cuando regreso de su trabajo, le contó a mi abuela que su ex-mujer no había ido a trabajar porque el día anterior había fallecido su padre de ella.

Y esa habilidad para ver a la gente que falleció o esta a punto, se la heredó a mi hermana menor, solo que a ella se le presentan en sueños.

Las visiones que mi abuela tenía eran motivo muchas veces, de burla por parte de todos en la familia, pero empezamos a creer cuando las cosas que ella decía, se volvían reales. Y a su muerte nos heredo algunos de esos extraños dones.


miércoles, 15 de marzo de 2017

La Bruja de Tacubaya

Contaba mi abuela que por el bosque de Chapultepec en las noches se veían volar bolas de fuego, de un lugar a otro, de arriba abajo, de derecha a izquierda y viceversa. Al igual que por entre las milpas, y según la creencia de esos días, esa era la forma en que las brujas se manifestaban.

Entre sus conocidos, un hombre con quien mi bisabuelo tenía amistad le contó la historia de un familiar que descubrió que estaba casado con una bruja, y la historia es la siguiente.

Este hombre como todos, acababa de regresar de la revolución, venía derrotado, sin dinero y solo con una joven mujer a cuestas, esa había sido la recompensa por su lucha, pero al menos estaba con vida. Regreso y se estableció en un lugar algo apartado de la ciudad, y eligió Tacubaya, (lo que hoy se conoce como la col. San Miguel chapultepec) así sin más comenzó una vida nueva, fueron muchos años que estuvo muy tranquilo. Aunque nada sospechaba todas las noches su mujer le daba a beber té de hojas de naranjo o limón, para que, según ella, durmiera más tranquilo. Y efectivamente, ese hombre dormía como bebé hasta la mañana siguiente, como era de esperarse los amigos, entre ellos el conocido de mi bisabuelo Pedro, comenzaron a molestarlo diciendole que su esposa le ponía algo en esas bebidas para que se durmiera y ella pudiera verse con su amante. Los más se atrevieron a insinuar que era una bruja.

Fueron tantos los dimes y diretes que dejó de tomar esos tés, fingió dormir profundamente por varias noches, hasta que en una de ellas sintió como su esposa salía de su petate y la casita y se encaminaba a la cocina, hecha de madera, la siguió sin que ella se diera cuenta. Miró como avivaba el fuego de la hogaza y lo que vio a continuación lo dejo helado del susto.

La oyó hacer una especie de oración, y mientras hacia esto, se quitaba, los ojos, brazos y piernas y cruzados los escondía junto al fogón para mantenerlos calientes, y de un ayate sacó los ojos de un gato, las alas de un zopilote y las patas de un gallo y se los puso en lugar de sus miembros. Aterrado aquel hombre no supo que hacer y regreso a su petate pensando que todo había sido una pesadilla. 

A la mañana siguiente intento continuar su vida como si lo visto la noche anterior hubiese sido un mal sueño. Noche tras noche dejó de tomar esas infusiones y decidido a todo, la siguiente vez que su mujer salio de su casita, la siguió.

Nuevamente miró como su mujer continuaba con su transformación pero esta ocasión se escondió y dejo que saliera para ver como se comportaba ya como bruja, en su relato hecho al conocido de mi bisabuelo, le dijo que salió de la cocina y como una gallina trepo hasta el techo de aquel cuartito y sacudiendo sus alas emprendió el vuelo envuelta en una flama naranja y se alejo; armándose de valor y rezando a todos sus santos fue hasta el fogón y sacó los ojos, los brazos y las piernas de su mujer y se los llevo para esconderlos en otro sitio. Se sentó ahí a esperarla.

Ella regreso poco antes del amanecer, y como una gallina entró a la cocina, entonces él apareció en la puerta sorprendiéndola; según cuenta, ella empezó a saltar como una gallina asustada, revoloteando por aquel cuartito de madera, y entonces el le dijo:

- Quieres tus partes que te faltan bruja??!! pues no las vas a tener y así te vas a quedar para siempre...

Y sin más tomó su machete y la mató.

Según los allegados, conocidos y familiares, que llegaron cuando este hombre aviso que había matado a una bruja, vieron el cuerpo de un zopilote descuartizado a machetazos, pero que los ojos los brazos y las piernas que hallaron en el ayate si eran de una persona. 

Nunca más volvieron a ver a la mujer de ese hombre que, según nos contó la abuela, se tiró a la bebida, y que todas las noches cuando se veían esas bolas de fuego volar por entre los arboles del bosque de Chapultepec o entre las milpas les gritaba que le regresarán a su esposa.


Imagen Google

Las almas de dos revolucionarios

A mediados de 1920 mi abuela recorría las parcelas, bosques, barrancas y minas de la zona de Chapultepec y Tacubaya. Vivía con su papá y abuela paterna, siendo hija única; ya que todos sus hermanos murieron casi al nacer, no contaba con quien jugar puesto que apenas y había una que otra casita y muy pocos niños, así que sus andanzas, juegos y travesuras las tenía en solitario.

Cuenta que en uno de esos paseos por las barrancas que se encuentran frente a lo que hoy es el Lienzo Charro de Chapultepec, llegó hasta unas minas (o cavernas) naturales que allí había y de entre uno de esos hoyos vio salir a un hombre, vestido con pantalón café camisa sucia de tierra y ensangrentada, ella asustada se escondió para evitar que la viera y pudiera hacerle algún daño, no era raro que en esos  parajes un hombre violentara a una mujer o niña; por lo que cuenta que se escondió tras una roca sin perderlo de vista, y fue cuando lo miro muy detenidamente, por el frente y la espalda se veían los orificios en su camisa llenas de sangre, él caminaba con paso lento, cabizbajo. La tristeza con la que caminaba asombro a mi abuela, decía que ella podía sentir esa tristeza, y así como apareció ese hombre, de un de repente desapareció.
Aun a pesar de estarlo viendo, a plena luz del día se esfumo ante sus propios ojos; asustada corriendo fue hasta la casa donde su abuelita la estaba esperando ya para comer. Mi abuela le contó lo que había visto y fue su abuela la que le dijo que había visto el alma de un hombre que días antes habían tirado en ese paraje después de haber sido fusilado en el paredón del Panteón Dolores. Ya antes mucha gente mayor lo había visto vagar por esa zona, decían que era el alma de ese hombre que buscaba su cuerpo, pero que triste volvía una y otra vez cuando lo veía putrefactarse a la intemperie. Mi abuela no recuerda haber visto ningún cuerpo por ahí tirado. Pero esa era la creencia y la explicación que en ese tiempo le daban a la aparición del alma de aquel hombre.





El segundo fantasma que mi abuela Esperanza vio, también fue cerca de una mina, en donde todas las tardes cuando empezaba a caer la noche, dos hombres, con sombrero zapatista y zarapes, salían de uno de esos hoyos y tristemente se sentaban a las afueras de la caverna. Pensando que tal vez eran dos vagabundos que se refugiaban en esas cavernas, nadie los molestaba. Pero en una ocasión su padre de mi abuela, mi bisabuelo Pedro Villanueva, luego de una tarde de amigos y ya de regreso a casa, los vio, con el animo de seguir la fiesta se fue acercando a ellos en busca de más pulque, pero cual fue su sorpresa cuando, al llegar al lugar donde los había visto sentados, no encontró a nadie. Sin pensarlo mucho se fue corriendo a la casa y le contó a su madre, mi tatarabuela Santos Salazar, lo que le había sucedido.

Mucho tiempo después varios hombres que regresaban de laborar en el campo también pasaron por ese sitio, y de igual manera se acercaron a ellos para ver si les regalaban un poco de agua y de la misma forma cuando llegaban al sitio donde los veían sentados, ya no había nadie.

Esas mismas sombras las vio mi abuela, cuando regresaban ella y mi bisabuela de una venta de verduras y maíz que habían cosechado de sus parcelas, ella cuenta que solo se veían dos sombras negras, que no mostraban la cara, que solo se veían envueltas en el zarape, sentados, agachados con los sobreros tapando sus caras, pero en esa ocasión, mi tatarabuela ya no se acerco, se alejaron y siguieron su camino

martes, 14 de marzo de 2017

Los inicios

Los Abuelos, mis queridos viejos, tan resistentes, tan sabios, tan perceptivos; creo que habiendo vivido en los años que vivieron, allá por inicios del siglo XX, fueron mas susceptibles a muchas cosas que hoy en día pasan desapercibidas para la mayoría de la gente.

Nacieron justo cuando la Revolución Mexicana declinaba, por lo cual conocieron un México que gracias a sus platicas, reconozco. Uno, mi abuelo, nacido en las costas del Golfo de México, en Tampico para ser exactos, conoció la huasteca tamaulipeca tal y como la vemos retratada en las peliculas de antaño. La otra, mi abuela, nacida en Tacubaya donde pasó toda su niñez y parte de su juventud.

En el tiempo de la post-revolución mi abuela Esperanza, así se llamaba y que en paz descanse, Tacubaya era un pueblo en las afueras de la ciudad de México, nos platicaba que andaba descalza por entre las parcelas que había a lo largo y ancho de lo que hoy es el panteón Israelí, y que por la parte de las 3ra sección del bosque había una serie de barrancas y minas.

Y justo en esas barrancas y minas tiraban cuerpos o fusilaban a hombres y mujeres que eran señalados como participes de las hordas revolucionarias, así como también en lo que ahora conocemos como el Panteón de Dolores, realizaban fusilamientos en paredones que hoy delimitan dicho camposanto con Avenida Constituyentes; por toda esas zonas mi abuela jugueteaba de niña, y justo ahí comenzó ella su conocimiento de los hechos sobrenaturales que la acompañaron toda su vida y que dejo como legado a hijos y nietos.

Dado que los cuerpos de los fusilados y condenados no eran reclamados en la mayoría de las veces por familiares, era fácil que los "tiraran" en algunas barrancas de la zona, por lo cual, contaba mi abuela, no era extraño encontrarse con las almas de estos, vagando por entre las minas, y a ella le toco ver un par de estas.

Y la historia comienza...


Foto Editorial Porrúa, 1991.